martes, 28 de junio de 2011

Leyendas bákaras (I): Tradición.

La noche era negra como correspondía a la época del año. Aún quedaban muchas noches para que la luna volviera a unir su luz a las de las estrellas que la rodean en un peregrinar por el cielo nocturno. Aquello perjudicaba la caza, no obstante no podía permitirse otra noche sin cazar, estaba siendo una estación de invierno muy dura. Por el día era prácticamente imposible logar una caza debido al desmesurado tamaño de los animales, por ello los guerreros bákaros se habían adaptado a la caza nocturna, sin embargo el extremo frío de las noches y la oscuridad estaba haciendo imposible la tarea.

Roma caminaba de vuelta al poblado por el sendero de los riscos, tras unos pocos pasos vería aparecer las chozas de piedra en lo profundo del valle, sólo quedaría bajar la colina empedrada para llegar a su casa. Quedaban aún un par de horas para el comienzo de la salida del sol y la negritud era abominable, el pueblo se intuía al fondo paso a paso, a aquella hora una única luz permanecía encendida en medio de la noche dormida, la de su casa. Le gustaba aquella visión, esa luz significaba que Ann le estaba esperando despierta. Hacía más de tres años que la había tomado y todas las noches de caza le esperaba al lado del fuego mientras se arreglaba el pelo y lo ensartaba creando una enorme trenza que le llegaba hasta las caderas.
Bajando por aquel sendero empinado decerleró el ritmo, no por lo complicado del terreno, sino por el placer de degustar esa noche de invierno, una de las pocas en las que no había ventisca y podía respirar pausadamente ese aire helado hasta el fondo de sus pulmones, era muy agradable sentir como el frío del aire le aguijoneaba el interior para acabar calentándose paulatinamente dentro de sus pulmones, era una sensación que le destensaba el cuerpo entumecido por la tensión de la caza.
Llevaba colgadas en su espalda dos piezas pequeñas que pobremente valdrían para la comida de un día, no era suficiente. No se consideraba mal cazador sin embargo por su condición era muy difícil que le invitaran a una partida conjunta, para la caza de grandes bestias eran necesario como mínimo cinco hombres. A Roma sólo le habían permitido dos veces la oportunidad de participar en una caza verdadera.
Había pocos momentos en el día de un bákaro en los que tuviera tiempo para pensar y en todos ellos el cansancio se convertía en un enemigo grandioso. Para Roma aquel tiempo de vuelta a casa era su única oportunidad para concentrar toda su atención en sus pensamientos que normalmente le llevaban hasta su padre. Un romano que había llegado a ser general antes de tomar a una mujer bákara e instalarse el pueblo, aunque no sabía cómo llegó a darse esa extraña situación.  Los romanos eran el peor de los enemigos del pueblo bákaro. El único pueblo ante el que habían perdido una batalla, y probablemente una guerra. Los bákaros eran considerados como una tribu de bárbaros por la sociedad romana y tras su intento de asimilación dentro del impero, ante la negativa del pueblo bákaro, les habían expoliando hasta que las siete tribus se habían reducido a dos que acabaron asentándose en ese paraje remoto lejos de la mirada y la mano romana. La cultura del pueblo bákaro estaba basada en principios de dominación masculina, la mujer bákara era criada y educada para satisfacer el servicio y el uso del hombre al que decidicera entregarse, esa era su gran decisión libre o decisiones puesto que una mujer por el hecho de pertencer a un hombre no tenía que hacerlo de por vida. Existía una ley sobretodos las leyes del pueblo bákaro, la ley de arrebatamiento. Por ella un hombre podía tomar a una mujer “tomada” he incluso quedársela siempre bajo el consentimiento y deseo de ésta, y a través de una serie de deberes. 

Un vallado de madera rodeaba al poblado, que  como todos los asentamientos bákaros tenía una forma elíptica con las chozas desperdigadas sin mas orden aparente que las tres plazas circulares que se situaban siempre perpendicularmente colocando la más pequeña en el  oeste del poblado y la mayor en el este. A través de ellas se alineaba los pueblos siempre de la misma manera. Al cruzar el vallado todo se sentía muy distinto, el abrigo de las chozas y el calor que se desprendía de su interior creaba una atmósfera hasta agradable en medio de ese lugar inhóspito. El olor de los calderos hirvientes y el alcohol caliente se impregnaba en las paredes y los techos. Quietud, a esa hora Roma podía darse cuenta de esos pequeños detalles, en ese momento ya divisaba su casa, aunque había algo extraño. El fuego iluminaba la estancia principal, su luz se escapaba por el ventanuco cercano a la puerta, pero proyectaba una sombra que no era capaz de identificar, muy abrupta para ser la sombra de Jann y sobretodo demasiado movimiento.
Llegó hasta la puerta, el sonido, el olor.
Para comenzar el ritual de arrebatamiento el primer deber era tomar a la mujer delante del hombre que la poseía. El cuerpo de Jann era extremadamente hermoso y en esa postura aún lo era más, la había visto en muchas ocasiones así pero nunca desde esa perspectiva. La larga trenza de Jann a medio hacer enredada en una mano que tiraba de ella fuertemente para hacerle mantener la cabeza erguida dificultándole respirar a causa de la fuerza y la postura que forzaba su cuello hacia atrás. Jadeaba. La espalda curvada alternaba su suavidad natural con pliegues rojizos algunos incluso inflamados, un par de ellos ya tornaban al color mas oscuro que una piel azotada puede ofrecer. La habían azotado abundantemente con una vara de caño en la espalda. Gemía. Sus muñecas sujetas por una cuerda de esparto anudada sin ningún tipo de compasión comenzaba a desgarrar su piel debido al roce violento que provocaba cada embestida. A cuatro patas por supuesto, no exitía otra postura capaz de lograr que Jann gimiera a tan alta intensidad.
En el segundo deber se basaba el triunfo del arrebatamiento, lograr el orgasmo de la mujer. Por ello, Roma tenía la obligación de presenciar toda la escena hasta que uno de los dos corriera. Si el hombre lo hacia antes, no tendría ningún derecho sobre la mujer y se colocaría a los pies de Roma para que le cortara la cabeza. Si era su mujer la que se corría primero dejaría de pertenecerle pasando a servir al hombre que la había domado y Roma tendría que vivir en el poblado bajo la vergüenza o marcharse para siempre. No atravesó la puerta, con los ojos fijos en la escena que tenía delante probablemente ni pestañeó. Situaciones como esa era usuales dentro de una comunidad bákara, sin embargo ningún irrumpido había permanecido impasible, Roma no se movió ni un ápice, no llevo la mano a su lanza y ni salió maldición alguna de sus labios.
Delante de él Jann estaba colocada a cuatro patas con los tobillos atados a una lanza que mantenía sus piernas muy abiertas y su coño totalmente dispuesto. Sólo mantenía la punta de su polla dentro de ella, haciendo que el agujero de su coño se mantuviera abierto y provocándole el ansia femenina de sentir una embestida que parecía cercana pero nunca llegaba. Mientras la mantenía en esa postura golpeaba sus nalgas con la mano derecha completamente abierta, sacudidas secas y certeras en las que el fino dolor se trasmitía por todo el cuerpo. Golpeaba una nalga con la palma de la mano y la otra con el reverso en el movimiento contrario de la mano de manera tan seguida que podían ser el mismo movimiento. Le pegaba cada vez más fuerte de esa forma en la que el dolor se va convirtiendo paulatinamente en placer, ambiguo e incontrolable.
Comenzó a penetrarla, lo hacía indistintamente en ambos agujeros, pasando su polla de uno a otro con fuerza. Embestidas en las que metía su polla por completo en coño y después en el culo de la postrada mujer. Cuanto más fuerte era la follada más retorcía su pelo hacia atrás, Jann jadeaba ahogada a la vez que seguía recibiendo golpes en sus nalgas amoratadas con las manos desnudas, unas manos grandes y rugosas.
Jann no aparto en ningún momento la vista del punto en la que había fijado, su cuerpo reaccionaba y los fluidos le caían por los muslos. La espalda le ardía a causa de los azotes pero ese calor sólo agravaba el placer proveniente de sus nalgas. No era la mejor follada de su vida pero la estaban follando sin ninguna contemplación, se sentía usada y puta. Nunca se había sentido tan sucia. Sabía que Roma estaba allí aunque en ningún momento le mirara. Sabía que le había traicionado.

Cuando su mujer se corrió Roma no recogió ninguna de sus pertenencias, se dio la vuelta y caminó. Había cumplido la ley, su mujer ya no le pertenecía. Llegó sin vacilar al redil de los caballos, busco un semental de pelo negro y crines aún mas oscuras, era el más veloz de los caballos de la aldea. No salió al galope aunque la mañana aparecía detrás de las montañas, gran parte del pueblo era consciente de lo que había pasado y le observan detrás de las ventanas.

martes, 7 de junio de 2011

Cuando el amor no es suficiente

Hay veces que el amor no es suficiente. Creer esa afirmación significa dejar de creer. Yo estoy a punto de dejar de creer.
No ceso de buscar maneras de distraer mi mente. ¿Qué hay oculto en mi mente, que ni ella misma me deja encontrarlo?
Si tú has dejado de creer, ¿por qué lloras de esa manera?
Nadie llora como tú, es tan doloroso sentirte llorar que es hasta bello.
Cuando lloras pareces consciente de que el amor sí es suficiente.
Cada lágrima que derramas es un miedo, si sigues llorando te los sacarás todos de dentro. Pero existe otra manera.
Me resulta fácil seguir a mi corazón, no me cuesta seguirle hasta las tinieblas, dónde todo se vuelve incomprensible.
Allí me siento a observar como Ender.
En lugar de escurrir tus miedos en lágrimas pásalos por el filtro de mi corazón.
Confianza y amor. Eso es lo que soy.
Sólo existe un lugar donde debes estar. Dónde reside la felicidad.
La tranquilidad no es la felicidad directamente, es el camino que te lleva hasta ella.
Son los pequeños detalles, esos que ensalzados se llaman vida los únicos capaces de acercarte la felicidad hasta que puedas cogerla con tus propias manos.
Te quiero porque eres tú.
Te quiero porque nuestros pequeños detalles me hacen sonreír siempre.
Te quiero porque me acercas la felicidad.
Pero si el amor no fuera suficiente, de qué valdría que Yo te quisiera tanto.
No aspiro a que el mundo sea justo y sea la justicia la que de le valor a mi amor.
Soy Yo el que hará que valga.
 
¿Me vas a dejar intentarlo?