Él no viajaba mucho en metro, pero siempre que lo hacía se agarraba con una mano a la barra pero no de manera muy firme para dejar que el leve vaivén del vagón lo meciera, le resultaba agradable. En los últimos tiempos había descubierto el placer de leer en cualquier lugar y momento, aunque fueran unas líneas. Estaba sumido en su lectura, por mucho que sucediera a su alrededor era difícil que subiera los ojos de las páginas por largo que fuera el trayecto.
Aquella mañana enfrascado en la historia de un niño llamado Alvin Maker un olor le hizo subir la vista. Palabra a palabra daban forma a una historia que lo tenia conmovido y en un instante todo el vagón se lleno de un olor distinto, suave, agradable. Como una nube que iba exparciendonse libremente por el vagón cambiando el color gris por un tono rojizo tirando a rosa. Eso fue lo que sintió antes de subir los ojos.
Al subirlos la encontró a ella, era perfecta. Llevaba un pantalón vaquero muy ceñido que marcaba las sensuales curvas de sus piernas que terminaban en un culo redondo y apretado predominante pero nada voluptuoso. Estaba de espaldas a él, podía observar su figura que se formaba debajo de su abrigo de tela de paño oscuro, atado en la cintura resaltado la finura de esta en contraposición con las caderas, mientras que su pelo negro caía en tirabuzones desordenados sobre sus hombros.
En la siguiente parada entraron varias personas lo que hizo que ella tuviera que colocarse a su lado y a llegar hasta él su aroma volvió a envolverle impidiéndole regresar al libro. Por fin vio su rostro, de ojos oscuros, expresivos, distraídos y con un corte que los hacía parecer algo tristes. Era un rostro sencillo pero bello, de líneas finas y armónicas, nada era reseñable en él sin embargo todo le parecía bonito.
Buscó su mirada un par de veces pero los ojos de ella estaban perdidos en el mar de los pensamientos. Cada parada de metro es un oportunidad de que saliera y seguro que no volvería a verla jamás, hizo el ademán de hablarle hasta que se dio cuenta de que era una idea absurda. Sin embargo aquella sensación especial no se le pasaba. Desde su último viaje, más allá del oceano, había adquirido la constumbre de que cada vez que sentía la necesidad de escribir simplemente lo hacía, un papel arrugado, su nueva compañera moleskine o en el mismo móvil. Muchas veces esos arrebatos acaban en líneas inconexas o principios de textos nunca terminados, la constancia no era uno de sus dones.
En esta ocasión no contaba con papel ni bolígrafo así que se puso a escribir directamente en su móvil. Las paradas se sucedían sin que ninguno de los dos se bajara del vagón, él al final de cada párrafo levantaba la mirada, cada vez de manera menos disimulada, y buscaba sus ojos pero estabán tan perdidos que creyó que nunca regresarían a la realidad. Y terminó un nuevo párrafo. Y levantó la mirada.
Ahí habían estado sus ojos, ya estaban allí cuando los suyos llegaron. Fue un instante o muchos instantes juntos pero no pasó nada más que una mirada coqueta que no podía ser eterna y que terminó. La voz autómata del metro anuncio que la siguiente era su parada, regresó a sus párrafos escribiendo de manera desordenada. El tren se detuvo, "estación en curva cuidado al salir no meter el pie entre coche y andén", sin levantar la mirada del móvil, escribiendo, salió del vagón sabiendo que no volvería a verla, que podría darse la vuelta y volver a entrar...
Se dio la vuelta... Hola me llamo Manu.
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